Rosa María Camacho-Quiroz
Cada vez son más frecuentes
las reflexiones sobre el poco o, mejor dicho, nulo hábito de la lectura en
México. Todos sabemos que la costumbre de leer no es una de las más apreciadas
en nuestro país, y para revertir esta situación se han creado, tanto a nivel
federal como estatal, varios programas para incitar este hábito. Se han echado
a andar proyectos como las llamadas “Salas de lectura”, “Olimpiadas de
lectura”, “El rincón del libro”, “Para leer en libertad”, entre otros. Pero,
¿por qué es un problema la lectura en México? Más del 70% de los mexicanos no
lee un solo libro al año. Unos porque son analfabetos y otros porque no quieren
o no pueden.
En nuestro país, varios
factores, entre económicos, culturales o pedagógicos, intervienen para que la
lectura, entendida como práctica que conjuga la adquisición de conocimiento con
el placer, no sea una rutina común en la población mexicana. Juan José Salazar
Embarcadero, en su texto Leer o no leer (Libros, lectores y lectura en México),
hace un estudio sobre los factores que influyen para formar lectores.
El libro se compone por
cuatro apartados: “La industria editorial en México”, “Comercialización
editorial”, “El consumo cultural y los índices de lectura” y “Las industrias
culturales y las políticas públicas”; todo esto en 126 páginas. El texto
comienza con un recorrido por la historia de la industria editorial en México,
menciona un contexto revolucionario que influyó en la edición de periódicos, y
que si bien el analfabetismo era alto, no impidió que surgieran editoriales
como Porrúa y, más tarde, la Comisión Editorial Popular, que editaban material
didáctico.
Asimismo, nos sitúa en los
momentos vasconcelista, callista, cardenista, entre otros, y su entorno
cultural y educativo, tiempos en que se impulsó la vida editorial en México,
haciendo a la industria editorial mexicana líder en los años cincuenta. El
autor hace una comparación de la industria editorial mexicana entre 1999-2000,
donde aborda datos editoriales relevantes y posturas interesantes sobre la
producción y consumo de libros. También se refiere al problema de la
globalización de la industria editorial y los grandes consorcios, que han
desvirtuado el fin de un libro, pues ya no interesa su calidad cultural o
intelectual, lo importante para su publicación es que toque un tema que guste o
atraiga a cierto grupo de la sociedad, o bien, que el autor sea conocido y
vendible.
Más adelante, se toca el
tema de la comercialización editorial. Esta parte comienza con una serie de
cuestionamientos sobre la cultura y los índices de lectura en México. Se habla
de la comercialización editorial, la relación de consumo y la disponibilidad de
librerías o espacios que fomenten la lectura, así como sobre la
bestsellerización que ha modificado los criterios de selección y exhibición de
libros para su venta. El escritor señala que en México tener una librería es un
negocio de alto riesgo y, por esto, los negocios familiares dedicados a la
venta de libros han desaparecido y, en cambio, han florecido aquellas grandes
cadenas de librerías que cuentan con la posibilidad de realizar extensas
campañas publicitarias.
“El lector no ha muerto,
está enfermo de marketing”, título de uno los incisos que conforman esta parte
y que, sin duda, parodia la idea de Roland Barthes “el autor ha muerto”;
expresa que los medios de comunicación masiva, sobre todo los electrónicos, nos
incitan a comprar lo que está de moda o lo que ha ganado premios. Obtenemos lo
que vemos en todos lados sin importar su contenido, porque nos dejamos seducir
por textos que se nos presentan como soluciones a nuestra vida, aquellos que
nos dicen cómo hacer para… Otra cuestión que se menciona son las dificultades
para la distribución de textos, ya sean editados en España o en México,
problema producto de las crisis económicas que ha vivido nuestro país y que,
por supuesto, han repercutido en los productos culturales. Aunado a los
problemas financieros, las editoriales mexicanas se enfrentan a los canales de
venta que se siguen hoy en día, los catálogos de antaño se han cambiado por
inventarios de temporada que atienden las inquietudes de lectores ocasionales
influidos por lo que ven y lo que oyen.
Las librerías, espacio per
se para la venta de libros, así como las ferias de libro, tienen que rivalizar
con las librerías virtuales, aquellas que se consultan desde un escritorio;
evita el viaje a la librería o feria. Otra cuestión importante que se plantea
es el ambulantaje y la piratería editorial, acciones que deterioran la comercialización
de los textos. Este libro también da muestras del consumo cultural y los
índices de lectura. Salazar hace una clara diferenciación entre “consumo” y
“consumismo”, y habla de la utilización
de los productos culturales y televisivos, así como sus repercusiones en la lectura
y en la actividad editorial mexicana, uso que nos lleva irremediablemente al
best seller, producto vendido en exceso por causa de escritura estereotipada,
donde el lector busca su reflejo y encuentra fin a sus problemas sentimentales,
laborales, etcétera; y no es que sea así, todo es producto de la mercadotecnia
que ofrece formularios de éxito. En esta parte, el autor hace una tipología del
lector con base en tres variables sacadas de los resultados obtenidos de la
Encuesta Nacional de Lectura (enl) que arroja datos importantes, los cuales
sustentan el escrito. Las cifras más significativas y aterradoras que se
manejan, a partir de la mencionada encuesta, y de otros tantos estudios que
versan sobre la lectura, son los índices de lectura en México, que sólo por
mencionar algo:
39.9 % de los encuestados
mayores de 15 años no leyó ningún libro durante el año, 60.1 % dijo haber leído
cuando menos un libro y apenas un 6.6% leyó más de diez libros en el mismo
periodo; el 51.0% del 86.6% de quienes declararon en la enl “que lee o ha
leído” no recuerda el título del último libro que leyó; o que de ese mismo
porcentaje, el 52.3% no sabe cuál es su autor favorito. En la misma enl el 52.3
del 86.6% de los entrevistados que dijeron leer o que han leído no supieron el
nombre de su autor favorito, el 1.4% mencionó a Cervantes, frente a un 3.8%
para Carlos Cuauhtémoc Sánchez y un 2.5% para García Márquez. En cuanto a libro
favorito aparecen: Don Quijote de la Mancha (1.4%), Juventud en éxtasis (1.6%)
y Cien años de soledad (1.2%) (p. 77).
Estas cifras llevan a
cuestionar al sistema educativo nacional: ¿Está creando lectores? La última
parte de Leer o no leer, disyuntiva que sugiere el conflicto ontológico del ser
o no ser, afronta las industrias culturales y las políticas públicas. Formula
los problemas derivados del capitalismo, la globalización, los tratados de
libre comercio, entre otras relaciones económicas, que han mermado la actividad
cultural en los países en desarrollo.
Los libros, en estas
naciones en crecimiento, en América Latina y México, más allá de ser un eje
cultural, han sido un sostén político. Y no estando normada la industria
editorial, en el sexenio del presidente Fox se promulgó la primera Ley del
libro, que nunca se hizo efectiva, porque para los gobiernos no ha sido
importante la industria cultural.
La cultura, dice Salazar:
“ha estado lastrada en los discursos económicos. No es raro, entonces, que el
subsector de cultura no sea tema de interés para muchos gobiernos” (p. 144). El
texto termina elucidando la importancia de que México se convierta, a través de
políticas públicas, en un referente editorial en castellano y en uno de los
principales editores de libros de calidad. ¿Cómo lograrlo?
La importancia del libro de
Salazar Embarcadero radica en que posibilita comprender la condición lectora de
nuestro país, en el que hay un sinnúmero de componentes que influyen para
ampliar el índice de lectura. Cómo hacer de México un referente editorial, como
lo propone el autor, si no conocemos los elementos que circundan a los libros,
a los lectores y a la lectura. Percatarnos de estos factores permite vislumbrar
nuestra situación y tomar medidas para pugnar, desde nuestros lugares, para que
la lectura no sea una opción, sino un requerimiento inherente a nosotros para
acceder al poder de la palabra, al poder de la apropiación y de la comprensión
de nuestra realidad.
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